A pesar de sus años las enseñanzas de La Belle Verte siguen siendo igual o más de relevantes. Analicemos qué hace tan especial a esta película.
Planeta Libre (La Belle Verte) es una obra francesa de Coline Serreau que se estrenó por primera vez en 1996. Aunque no sabemos si fue o no prohibida por la Unión Europea, lo cierto es que es una película muy crítica con el modelo de desarrollo de la cultura occidental. Lo hace de una manera muy original y creativa, con toques de humor que la hacen muy amena y entretenida. Además, no se queda solo en esa mirada crítica, sino que realiza una aportación al imaginario de un futuro alternativo. Esta última cualidad es, para mí, lo que la hace tan interesante dado este mundo posmoderno donde nos es más fácil hundir que construir.
Mirada crítica con la sociedad.
Para desarrollar la crítica y analizar nuestros modos de vida europeo utiliza un punto de vista como «desde fuera». Una mirada como «de extrañamiento», muy utilizada en antropología social, que resulta tremendamente útil para preguntarse por los significados de los actos cotidianos tan arraigados y naturalizados. Actos, como por ejemplo, pintarse los labios. ¿Somos conscientes de por qué utilizamos una barra de carmín? Toma perspectiva, recorre el lugar donde estas e imagina ser la protagonista de la película: ¿qué te llama la atención a ti?
De todas las pequeñas grandes críticas que plantea (el humo de los coches, la comida basura, el uso de dinero…) la que me resulta más sugerente es la que hace al concepto de “desarrollo”. En el contexto occidental y capitalista se asocia, casi sin cuestionamiento alguno, desarrollo con crecimiento económico y tecnológico. De esta manera se piensa en aquellos países que no tienen ni economías (capitalistas) boyantes ni una tecnología avanzada como regiones sub-desarrolladas. Un pensamiento que resulta sospechosamente similar al que tenían en el siglo XIX los varones blancos civilizados cuando se colocaban en la cima de la evolución humana sobre los pueblos bárbaros y primitivos.
Evidentemente no se trata de negar el aporte material y tecnológico que ha realizado la cultura occidental a la humanidad, sino de ampliar el concepto de desarrollo e incluir en él otros aspectos como la sostenibilidad, la solidaridad o la espiritualidad. Si tenemos en cuenta estos otros aspectos, como por ejemplo el respeto a la Madre Tierra, posiblemente entonces sea la cultura occidental la considerada como sub-desarrollada respecto a otros pueblos. Así es planteada en la película y se refleja muy bien cuando el grupo de aborígenes son presentados como igual de desarrollados que las gentes del Planeta Libre. Por tanto, podemos aprender que es posible construir otro concepto de desarrollo vinculado a los valores humanos y sus potencialidades.
Proponiendo alternativas.
Sin duda, la película está vinculada a la corriente ecologista y se aprecia en los valores de los humanos del Planeta Verde que cultivan de forma ecológica, no comen carne, valoran el contacto con la tierra y los elementos naturales, etc. Unas propuestas que dada la actual situación de emergencia climática, se hacen más relevantes que nunca. También, plantea valores como la autogestión y la toma de decisiones a través de la asamblea. Por ejemplo, la reunión planetaria que se produce al inicio de la película es intergeneracional, paritaria en género y destaca el cooperativismo y la mutua colaboración. Esta actitud colaborativa de “dar y aportar” al grupo se observa muy bien cuando preguntan “necesitamos un profesor de telepatía” y enseguida se ofrecen varios voluntarios.
Todas estas imágenes de una organización y forma de actuar más social y humana resultan muy inspiradoras para pensar futuros alternativos. Una vez que reconocemos aquellos aspectos de la sociedad que no nos gustan o no nos parecen éticos, resulta necesario propuestas y alternativas que nos ayuden a construir ese otro mundo al que aspiramos. Son necesarias ideas creativas y corazones valientes para superar la inacción.
Llamada al despertar.
Por último, también podemos aprender de Planeta Libre una actitud personal ante la vida más conectada y consciente. Para poder «conectarse» a la vida, primero hay que «desconectarse» del estado de sugestión e hipnosis. Ese estado en el que los sujetos sociales no nos cuestionamos nada y reducimos nuestras acciones a meros comportamientos automatizados. El programa que utilizan de «desconexión» se puede interpretar como un despertar. Los individuos, después de un momento de shock, salen de la sugestión y el mecanicismo para volver a percibir el mundo desde la inocencia inicial. Una inocencia para la que jugar y hacer acrobacias son acciones de personas desarrolladas.
De esta manera, se complementa muy bien una perspectiva social y comprometida con el mundo con la necesidad de trabajar internamente. Por eso, los procesos de crecimiento personal al modo Guerrero Pacífico son imprescindibles para una verdadera transformación de los valores sociales.